Job y el silencio
Dijo Job: Desnudo salí del vientre de mi madre/ y desnudo volveré a él./
El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, / bendito sea el nombre del Señor.
(Job 1, 21)
1. "Ya salí", decía el SMS.
Estoy agotado, pero como un león me persigues.
Él, que descubre fallas en sus mismos ángeles.
Sí, era en el Obelisco, seguramente. Lo que pasa es que no pudimos entendernos. El ruido. Los motores. La furia tácita.
Entonces lo vi aparecer. La cara lo decía todo.
Mis ojos se cierran de pena
no soy más que la sombra de mí mismo
2. Caminamos abrazados por Bulevar Artigas sin hablar. Él lloró casi para adentro hasta el Pereyra Rossell. Yo lloré, brutal y desconsolada, hasta la puerta de casa.
¿Qué es el hombre para que te fijes tanto en él
y pongas en él tu mirada,
para que lo vigiles cada mañana
y lo pongas a prueba a cada instante?
Le pregunto, o simplemente pregunto, por qué no me habré quedado sorda yo en vez de que él tenga que atravesar esto por segunda vez. Me responde que no diga tonterías. Que él tiene muchos más recursos internos para soportarlo. Y es cierto. No tengo más remedio que aceptarlo, que aceptar todo. Lo que entiendo y lo que no.
¡Ah, si supiera dónde vive, iría hasta su casa!
Expondría ante él mi caso y le diría todos mis argumentos.
Por lo menos conocería su respuesta
y trataría de comprender lo que él dijera.
Pero ese fue mi único amague de increparle algo a Dios. Siempre tengo presente a Job, el justo, y todo lo que le pasó sin merecerlo (¿Quién lo "merece"? ¡Como si las pruebas y los sufrimientos fueran expresión de un castigo! Esa maldita mentalidad judeocristiana azuzándonos desde el inconsciente occidental). La respuesta de Dios, cuando finalmente se decide a romper su silencio, es imbatible. Entonces ¿para qué repetir la misma historia, emprender a ciegas ese terrible viaje de huérfana, si ya tengo un mito que me sirve como mapa?
¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
¡Habla, si es que sabes tanto!
Tiene razón. Y Job lo reconoce. Y yo lo reconozco junto con Job. Hablé una vez... no volveré a hacerlo; dos veces... no añadiré nada. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores a mí.
Dicen que las últimas palabras de Ludwig van Beethoven fueron Ich werde im Himmel hören! "¡Oiré en el Cielo!".
Vaya uno a saber.
Como nota al margen y no tanto, se sigue sosteniendo que, más/menos un día, el 17 de abril siempre será el día aciago de mi calendario.
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