Caperucita Feroz (1)
Por el lugar más tupido, por allí se entra al bosque. Pero las  canastitas no sirven para nada: sirven en cambio las espadas, los  escudos, los brillos metálicos, las cadenas pesadas, los yelmos, la cota  de malla; sirven los mapas para buscar los griales debajo de las piedras, o  las piedras para desollar lobos, o hasta las pieles de los lobos para  taparse del frío; sirven los pasteles de manzana de la abuela, las  cerezas, el olor a canela y a vainilla, la leña crepitando después de una tarde de  lluvia. Toda la mitología de los bosques es inútil, las canastitas son  del todo inútiles en el bosque. Pero no sé por qué cuentan tanta cosa  desatinada de los bosques, como para que las niñas estúpidas los  atravesemos sin preocuparnos, sin poner el dedo en el gas pimienta, como  deberíamos, en cambio. Un bosque suele estar lleno de zorros haciendo  zancadillas, de jabalís acosadores, de lagartos ladrones. Sí, el bosque  es un cierto lugar donde a menudo se refugian las sombras de violadores  ajusticiados, donde van a parar los aullidos de parto, donde crecen  árboles gigantescos de voz grave. Y yo, sacando mi canastita, mi  mantelito deshilado, mis deslucidos recuerdos de contienda.

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