Deseos extintos
Empiezo a sospechar que no he extinguido ese deseo en lo más mínimo: sencillamente no le permito que pase a mi conciencia. Es una pena. Porque algún día moriré, y entonces la posibilidad del encuentro con México y el deseo y lo que ese deseo me despierta habrá muerto también para siempre. No será más una posibilidad abierta: no será, sencillamente. Como si nunca hubiera existido, salvo por estas y otras largas parrafadas en torno a ese persistente deseo por México, ahora negado por cuestiones de lisa supervivencia.
Deseos extintos. Pamplinas, dirían en los comics.
¿Me dejaré, entonces, de tanta sabiduría zen? Mejor sería permanecer abierta, receptiva, simplemente aguardando ese momento todavía divino y difuso de mi retorno a Ítaca (o más bien a Troya, o más bien sería reencuentro y no retorno, o más bien nada). Aunque aquello de Pensar, ayunar, esperar aplica solo mientras no llegue la muerte primero. Nunca se sabe.
Pero lo que estresa de los laberintos es la insistencia en salir de ellos. Si uno los recorre un día a la vez, se vuelven más livianos, sencillos, incluso placenteros. Justamente por esa perspectiva tan fuera de nuestro control de que la salida aparezca como por azar, sin esfuerzo ni voluntarismo. Me acuerdo cuando resolví -muchos años después y de golpe, sin estar siquiera pensando en ello- el enigma de aquel cartel que nombraba al legendario y un tanto surrealista bar de Guanajuato:
"La Dama de las Camelias... es él"
Tanto especular mientras vivimos allí, sin encontrarle la vuelta (no era un bar gay ni nada), y un día supe que todo se trataba de una de esas frases célebres pergeñadas entre intelectuales durante una noche de seria borrachera. Lo supe en mis entrañas. Apareció frente a mis ojos, espontáneamente, la indudable matriz flaubertiana de la retorcida denominación de aquel antro:
"Madame Bovary... c´est moi"
Así se resuelven las cosas casi siempre. De golpe, sin aviso, cuando las misteriosas frutas caen del árbol.
Comentarios
Me encantó el modo de decir esta verdad:
"lo que estresa de los laberintos es la insistencia en salir de ellos. Si uno los recorre un día a la vez, se vuelven más livianos, sencillos, incluso placenteros".