La Pistolera.... c´est moi!
¿Qué clase de blogger de pacotilla deja pasar un momento como el primer festejo del Grito de Independencia al que –por fin– logra concurrir en Uruguay? ¿Y de qué calaña innombrable estará hecho, si recurre a las maravillosas crónicas de una amiga escritora, en vez de sentarse y recrearlas por sí misma?
Vergonzoso lo mío. Pero acá está: el 15 de septiembre de 2008, en el ex Parque Hotel. Una noche divertida, llena de cerveza y tequila, guacamole y mariachi. Hubiera querido lanzarme al día siguiente a contar la experiencia surrealista de escuchar y ver a la banda de la Armada Nacional tocando canciones de Juan Gabriel, mientras un marinero querendón le robaba la noche a los mariachis. Esa escena, en la que se me juntaban ambos países y se encimaban visiones en una especie de Photoshop existencial, mientras pensaba –al calor de los alcoholes, claro– que este, precisamente, era un país que había vivido una dictadura militar, ese momento no tiene con qué pagarse. Y que ahora nos entretenían estos buenos muchachos, que no tenían culpa ni recuerdo de nada, en un instante poético extraño, quizás malabarismo de diplomacias entre gobiernos, cantando con nosotros "De qué manera te olvido". Mientras –para coronar la noche, cual cereza en pastel– Soraya y sus amigas mexicanas, en primera fila, gritaban como groupies y ella me decía, con su gracia característica: "¡Ya le tiré el brassier al cantante!"
A la mañana siguiente, los sucesos terroristas de Morelia durante ese Grito me amargaron la noche en retroactivo y no tuve ganas de escribir. Por segunda vez cantaba rancheras en el Parque Hotel, recordé luego (la primera vez fue luego de la primera gran degustación de vinos, en 1996, cuando se juntaron todas las bodegas uruguayas de la mano de Cava Privada: nosotros, jóvenes dionisíacos, macerados en deliciosas uvas de la Patria, terminamos como convidados de piedra en ya desiertos salones, genuino producto de la decadencia del evento, y yo canté ante improvisado auditorio de borrachos y porteros "Ella", "El rey" y quizás, no estoy segura, "No volveré"). Pero esta vez fue con mariachi y ni siquiera tuve la culpa: el cantante me subió a la tarima. Fue muy divertido. Sin embargo, al otro día me sentí culpable al imaginarme la fiesta número uno de México empañada para siempre por muertos y heridos.
Por suerte, estaba Ana Arjona presente (otra de las "mujeres con hormonas") para no dejarme perder el momento para siempre. Aquí está su relato.
La Pistolera II
Un marecito de cerveza va cubriendo lento el salón de parquet donde los tacos se asordinan delictuosos, los vestidos comienzan a crujir, las palabras están todas por decirse y las piñatas tiñen ya el aire con alaridos de colores. Sus olitas rubias chocan y van a morir detrás de las columnas y debajo de las mesas de largos manteles blancos, con espumoso murmullo juguetón.
Las gentes se van embebiendo suavemente en ellas. Abrazos y palmoteos –primero con el brazo derecho arriba, luego con el izquierdo- apretones de manos, antiguo lenguaje finalmente aprendido, comentarios, sonrisas y carcajadas dan cuenta del buen humor y la alegría de los reencuentros abraza el aire.
A la grupa de las chelas rubias de cuello largo o de los caballitos llenos de tequila transparente que navegan sin cesar sobre las redondas bandejas, aparece otra algarabía, más bella, más enérgica, casi salvaje. Salta con click de cajita de sorpresa y sale a escena. Es la que arremete los quince de septiembre al acercarse la medianoche cuando
la ceremonia llega a su punto culmine.
La densidad de los himnos bate en las entrañas.
La bandera, aunque quieta, parece flamear por sobre el mundo
La sangre se agolpa acechando el momento del grito.
-¡Que Viva México!
-¡Que Viva México!
-¡Que Viva México!
El pabellón se retira entre aplausos. Aparecen los mariachis.
El son de guitarras, trompetitas, violines y guitarrones fusionado a las inigualables voces, suelta los últimos cabos de la nostalgia por la patria lejana. Ya en un revuelo de faldas y rebozos, miradas y zarandeos, el baile se desliza.
En una de esas vueltas, se la ve cuchichear al oído del cantante perdido como ángel del camino.
Y de golpe, subida ya a la tarima, compartir el micrófono.
El solista la abraza y la cubre con el sombrero negro de ala ancha.
Un calor de manzana irradia su bello y agudísimo perfil.
Surge la voz como desde la infancia, delicada y grave. Arrastra las raíces de otra tierra. Exige ser escuchada. Trae el desgajado amor a México. Oscura y redonda, cruza los territorios. Se la puede palpar. Es verdadera.
No volveré, te lo juro por Dios que me mira
Te lo digo llorando de rabia
No volveré.
No volveré hasta ver que mi llanto ha formado
Un arroyo de olvido anegado
Donde yo tu recuerdo ahogaré!
La canción habla del desamor exuberante, del amoroso odio. Pero genera el efecto contrario. Un camino de pasión de ida y vuelta, mantiene fuertemente conectados a los allí reunidos, mientras cantan, maldicen y vociferan vibrando en la misma tensión.
De pronto, dando una magnífica, dramática vuelta de tuerca, ella la relanza con maravillosa picardía. Se vale de la mirada relampagueante de estrellas y del sombrero cómplice. Emerge como vestal guerrera. Arremete hacia el público. Pero todo su cuerpo, sus vaivenes, las sombras de sus flechas, los brazos extendidos y los dedos-dardos que salen de su último refugio, lo buscan a él.
Admirado, divertido, amorosamente sorprendido, su cámara no cesa de disparar doblegada ante la imponente majestuosidad de la mariachi en que se ha convertido.
Septiembre de 2008.
Para la Reina del Mariachi Oriental
Vergonzoso lo mío. Pero acá está: el 15 de septiembre de 2008, en el ex Parque Hotel. Una noche divertida, llena de cerveza y tequila, guacamole y mariachi. Hubiera querido lanzarme al día siguiente a contar la experiencia surrealista de escuchar y ver a la banda de la Armada Nacional tocando canciones de Juan Gabriel, mientras un marinero querendón le robaba la noche a los mariachis. Esa escena, en la que se me juntaban ambos países y se encimaban visiones en una especie de Photoshop existencial, mientras pensaba –al calor de los alcoholes, claro– que este, precisamente, era un país que había vivido una dictadura militar, ese momento no tiene con qué pagarse. Y que ahora nos entretenían estos buenos muchachos, que no tenían culpa ni recuerdo de nada, en un instante poético extraño, quizás malabarismo de diplomacias entre gobiernos, cantando con nosotros "De qué manera te olvido". Mientras –para coronar la noche, cual cereza en pastel– Soraya y sus amigas mexicanas, en primera fila, gritaban como groupies y ella me decía, con su gracia característica: "¡Ya le tiré el brassier al cantante!"
A la mañana siguiente, los sucesos terroristas de Morelia durante ese Grito me amargaron la noche en retroactivo y no tuve ganas de escribir. Por segunda vez cantaba rancheras en el Parque Hotel, recordé luego (la primera vez fue luego de la primera gran degustación de vinos, en 1996, cuando se juntaron todas las bodegas uruguayas de la mano de Cava Privada: nosotros, jóvenes dionisíacos, macerados en deliciosas uvas de la Patria, terminamos como convidados de piedra en ya desiertos salones, genuino producto de la decadencia del evento, y yo canté ante improvisado auditorio de borrachos y porteros "Ella", "El rey" y quizás, no estoy segura, "No volveré"). Pero esta vez fue con mariachi y ni siquiera tuve la culpa: el cantante me subió a la tarima. Fue muy divertido. Sin embargo, al otro día me sentí culpable al imaginarme la fiesta número uno de México empañada para siempre por muertos y heridos.
Por suerte, estaba Ana Arjona presente (otra de las "mujeres con hormonas") para no dejarme perder el momento para siempre. Aquí está su relato.
La Pistolera II
Un marecito de cerveza va cubriendo lento el salón de parquet donde los tacos se asordinan delictuosos, los vestidos comienzan a crujir, las palabras están todas por decirse y las piñatas tiñen ya el aire con alaridos de colores. Sus olitas rubias chocan y van a morir detrás de las columnas y debajo de las mesas de largos manteles blancos, con espumoso murmullo juguetón.
Las gentes se van embebiendo suavemente en ellas. Abrazos y palmoteos –primero con el brazo derecho arriba, luego con el izquierdo- apretones de manos, antiguo lenguaje finalmente aprendido, comentarios, sonrisas y carcajadas dan cuenta del buen humor y la alegría de los reencuentros abraza el aire.
A la grupa de las chelas rubias de cuello largo o de los caballitos llenos de tequila transparente que navegan sin cesar sobre las redondas bandejas, aparece otra algarabía, más bella, más enérgica, casi salvaje. Salta con click de cajita de sorpresa y sale a escena. Es la que arremete los quince de septiembre al acercarse la medianoche cuando
la ceremonia llega a su punto culmine.
La densidad de los himnos bate en las entrañas.
La bandera, aunque quieta, parece flamear por sobre el mundo
La sangre se agolpa acechando el momento del grito.
-¡Que Viva México!
-¡Que Viva México!
-¡Que Viva México!
El pabellón se retira entre aplausos. Aparecen los mariachis.
El son de guitarras, trompetitas, violines y guitarrones fusionado a las inigualables voces, suelta los últimos cabos de la nostalgia por la patria lejana. Ya en un revuelo de faldas y rebozos, miradas y zarandeos, el baile se desliza.
En una de esas vueltas, se la ve cuchichear al oído del cantante perdido como ángel del camino.
Y de golpe, subida ya a la tarima, compartir el micrófono.
El solista la abraza y la cubre con el sombrero negro de ala ancha.
Un calor de manzana irradia su bello y agudísimo perfil.
Surge la voz como desde la infancia, delicada y grave. Arrastra las raíces de otra tierra. Exige ser escuchada. Trae el desgajado amor a México. Oscura y redonda, cruza los territorios. Se la puede palpar. Es verdadera.
No volveré, te lo juro por Dios que me mira
Te lo digo llorando de rabia
No volveré.
No volveré hasta ver que mi llanto ha formado
Un arroyo de olvido anegado
Donde yo tu recuerdo ahogaré!
La canción habla del desamor exuberante, del amoroso odio. Pero genera el efecto contrario. Un camino de pasión de ida y vuelta, mantiene fuertemente conectados a los allí reunidos, mientras cantan, maldicen y vociferan vibrando en la misma tensión.
De pronto, dando una magnífica, dramática vuelta de tuerca, ella la relanza con maravillosa picardía. Se vale de la mirada relampagueante de estrellas y del sombrero cómplice. Emerge como vestal guerrera. Arremete hacia el público. Pero todo su cuerpo, sus vaivenes, las sombras de sus flechas, los brazos extendidos y los dedos-dardos que salen de su último refugio, lo buscan a él.
En el tren de la ausencia me voy
Mi boleto no tiene regreso
Lo que quieras de mi te lo doy
Pero no te devuelvo tus besos!
Mi boleto no tiene regreso
Lo que quieras de mi te lo doy
Pero no te devuelvo tus besos!
Admirado, divertido, amorosamente sorprendido, su cámara no cesa de disparar doblegada ante la imponente majestuosidad de la mariachi en que se ha convertido.
Septiembre de 2008.
Para la Reina del Mariachi Oriental
Comentarios
Besos a la cantora y a aquella que supo grabar para siempre el momento con tinta y papel.
Las fotos, bueno, tienen que ser pocas (iba a ir el Darno ahí), porque sé lo que es andar criando demasiadas Vacas. Y además, una sencilla búsqueda en Google permite elegirlas, la de Levrero: no encontré otra (me encantaría usar alguna de las tuyas), la de Onetti: Hay varias, pero es mi favorita, esa y la del pasaporte (me voy a hacer una remera con esa), la de Hank, estaba ahí.
Los plátanos me tienen loco y mi cerebro atrofiado hace las cosas demasiado rápidas (lo escribí en cinco minutos, está sin pulir, al igual que "La máquina...", Gaby es(lo es?) mi novia).
Agradezco la visita, siempre será bienvenida.
Últimamente trato de aflojarle un poco a mi lista de intereses, pero es inútil: Hoy mismo me bajé un disco, un capítulo de una serie y me leí no sé cuantos artículos ajenos.
En cuanto a escribir, es un Hobby, pero también una firme vocación, espero seguir así.
Yo creo que con datos biográficos no hacemos nada, en todo caso visitando mi perfil de Blogger y mis otras personalidades pueda conocerme un poco más.
Hasta pronto.