Faros o el reproductor Winamp

La pantalla muestra una danza de colores vivos. Cadenciosos deslizamientos al compás de la música. Tonos que se funden uno con otro formando figuras azarosas. Hipnótico, por momentos. Esas manchas de colores me recordaron su segunda tomografía, tiempo después de conectado el implante coclear: en la inmensidad del espacio sideral del cerebro de un sordo -espacio negro y rotundamente silencioso- que mostraba la primera, previa a la operación, aparecieron luego en la otra tomografía milagrosas zonas de colores, territorios recuperados, neuronas que se habían reactivado luego de más de diez años. Lo recuerdo ahora -quince años después- mientras miro el caleidoscopio del reproductor Winamp; lo único que él trata es de volver a percibir algo, cualquier señal. En pocos días, la música se ha convertido en la perspectiva de una más que limitada aventura visual.

Claro, habrá que agradecerle entonces a los efectos gráficos del reproductor Winamp, con sus rítmicos rastros multicolores que se asemejan, quizás, a la memoria del eco de algo así como una lejana melodía resbaladiza, inasible. Pero todo sería mucho más fácil si se tratara nada más que –nada menos que- de la renuncia a la música. Mucho más fácil.

Hace unos minutos me pidió que me fuera mientras intentaba conectar el procesador por primera vez desde la cirugía. Brevemente, iba a ser. Con permiso del doctor, el imán bien lejos de la herida. Solo para ver qué pasaba. “No será lo mismo que antes, habrá que volver a calibrar, por ahora todo es incierto”. Eso y mucho más había dicho el médico. Pero sería solo para ver qué pasaba.

Desde la cocina lo vi respirar hondo y cubrirse la cara con las manos.

En el principio era el Verbo, había dicho Dios. Pero nunca aclaró si el Verbo incluía sonido.

Dios es experto en cruces.

Ahora lo único que se iba abriendo paso entre aquellas recuperadas neuronas coloridas, vestigios de un milagro, era el grito agudo de un ave negra y horrenda cayendo en picada. No el esperable caos sonoro del principio. Era un ruido lacerante, inordenado, inordenable.

Pero un rato después de sacar el cansado rostro de entre las manos, se levanta y prende la pantalla bailarina, las mariposas cromáticas, los estallidos de rosados, verdes y amarillos que acompañan la música. Busca, busca, busca algún faro sonoro en el medio del naufragio. Sigue intentando. Y mañana y pasado mañana y la semana que viene y la otra. Hasta que pueda calibrarse. Y luego seguirá intentando.

Yo me quedo en el sillón de atrás, mirando hipnotizada esa misma pantalla.

Creo que tampoco oigo más nada.





Comentarios

Elizabeth dijo…
Me gusta mucho tu forma de decir las cosas....
VESNA KOSTELIĆ dijo…
Animo. Los dos. Los quiero.
Anónimo dijo…
"¡Ánimo!", grita el taxista queretano en el otro post :-)