Problemas de los anillos

Estoy haciendo hamburguesas, y mis manos tienen pegotes de los restos de carne picada. Zonas rojas, trozos sanguinolientos que se me escurren hasta alojarse entre los dos anillos que llevo ahora en el dedo anular. Una carnicería. Dos, más bien: primero fue la que me tocó a mí. Pero la del hacha y el cuchillo y la picadora, la de la misteriosa sierrita con chillido agudo de aquellas carnicerías de mi infancia, con coloridas tiritas de plástico a la entrada, esa tuve que ser yo.

En las cirugías también se corta, sale sangre, duele, se sufre. Pero, por lo general, después de un tiempo los órganos suelen funcionar mejor, o los peligrosos tumores dejan de ser una amenaza. Claro que también hay pacientes que se mueren.

Lástima que no haya laparoscopía para ciertos procesos. No: nos mandan al cirujano clásico nomás, carnicero como todos ellos (tengo buenas razones para creer que esto no es obra de un simple carnicero, de esos con delantal blanco y manos grandes). El único consuelo es que, de no intervenir, el paciente igual hubiera muerto poco a poco. Ahora existe el riesgo del paro cardíaco, la infección, la amputación, la septicemia, pero también se puede tener esperanzas de recuperación. La vida vale la pena cuando realmente se vive. No hay que esperar un diagnóstico mortal o el fallecimiento de un amigo cercano para uno plantearse empezar a vivir como se debe, a ser ese quien en verdad se es. 

A lo mejor el paciente se salva y el final es feliz. Pero, igualmente, cómo duelen las heridas. Las mías, las ajenas. Y -continuando con la larga lista de lugares comunes en la que vengo cayendo, como cada vez que uno intenta adentrarse en lo importante- hay que tener en cuenta, además, aquel supuesto refrán chino; ese de crisis es igual a peligro más oportunidad (los habituales signos de "=" y "+" con lo que se suele presentar esta frase me parecen absurdos, como si fuera una fórmula de álgebra o de física).

Dicen que los dos anillos juntos se usan cuando uno se queda viudo. No es el caso, salvo que yo haya matado a alguien.

Para mí, más bien es un recordatorio. Falta mucho para que decida sacármelos.

Tiene la contra de que la carne picada de las hamburguesas se cuela entre ellos, se les pega, y eso me hace sufrir.



Callejón del Beso, Guanajuato (México). 
Dice la leyenda que quienes se den un beso en el tercer escalón, se amarán por siempre.


Comentarios

MAGE dijo…
Complicada el alma de sorjuana estos dias ... paciencia, es el mejor remedio que te puedo recomendar, aunque cuesta conseguirlo. Besos y que te mejores pronto de lo que te acontece
suequi dijo…
La vida tiene vueltas, vueltas llenas de contenido externo e interno a nosotros, una mezcla de lo que acontece alrededor nuestro (y no podemos manejar demasiado, o dirigirlo a nuestras arcas a nuestro gusto y forma),con el adicional de nuestro propio proceder.
Ambas cosas juntas van dando los resultados, nuestro presente, que viene de atrás con las mil vivencias que en el cómo y qué hicimos con ellas), nos van marcando el rumbo del instante que vivimos ahora, hoy, en este instante.
Cuánto más fácil sería llegar a la adultez, con los conocimientos de la experiencia, tendríamos menos problemas, aunque también, la inocencia del proceso desde jóvenes, es único y muy disfrutable desde la espontaneidad.
la vida es anyway, así, no podemos cambiarle la línea de evolución, a como nos haga cometer menos errores.
Pero aprender de ellos, para encarar para adelante de la manera más positiva posible, sí está en nuestras manos, por suerte!
Lo que sea, que se vaya solucionando!!!
Darío dijo…
Que impresionante "enrevesamiento" entre la carne picada en los anillos y la muerte. Me gusta. También las masas se me pegan, cuando hago pan o pre pizzas, no sólo en los anillos, sino también en mi pulsera de oro-plata. Y es que debo ser un mal amasador, aunque me encanta la vida y no quiero esperar a que me pase algo pa disfrutarla. Un abrazo.