Amores de café

El ómnibus me dejó en Benito Blanco y Bulevar España. Bajé hacia la rambla con mi oficina a cuestas -un fajo de mails impresos y garabateados, varios rollers, resaltador rosado y amarillo, lentes-, casi teledirigida hacia el café de la librería Yenny. A esa hora, todavía estaría a salvo de las señoras de Pocitos que se juntan a tomar el té y a hablar por celular, con el beneficio no menor de disponer, para mí solita, de casi todas las mesas junto a los amplísimos ventanales. Pero no tuve más remedio que detenerme un rato antes de entrar al café: es que levanté la vista y lo que vi me atrajo tanto que ya sólo pude dedicarme a mirar. Porque estaba preciosa la rambla con sus olas marcadas -ese creciente vientito que se va apropiando del calendario-, algunas personas caminando por la playa, perdiendo el tiempo, y quizás el último sol que tendremos hasta fin de año. Un reflejo fugaz de los abriles primaverales del hemisferio norte, pero no del nuestro, ese abril pronto emisario del invierno. Sin embargo, el presente en sí era perfecto.

Miré, miré un buen rato. Y me gustó vivir en Montevideo, me admiré del privilegio de vivir aquí. No porque eso, en sí, sea privilegio alguno (al fin y al cabo, seremos atípicos, pero no dejamos de ser el Tercer Mundo más pleno); más bien, es privilegio porque se trata de lo que yo quiero. No hay nada más deseable que lo que uno desea, aunque no esté en el top rank ni nadie más vea su belleza. Y con imágenes tan simples, cotidianas, como la de esa rambla soleada, Montevideo me hace latir el corazón.


Pero hay que temer a los idilios, claro. Hace muchos años, amé a Montevideo y me rompió el corazón, me dejó viuda, dijo que no era más mi patria, pasó a mi lado y no me vio siquiera, me dejó dormida en Naxos, me negó tres veces antes de que el gallo cantara. Sí, amé a Montevideo y me rompió el corazón.

Sin embargo, hoy, mientras miraba la rambla, el presente era perfecto.

Pensaré qué es lo que debo hacer al respecto: si entregarme al embeleso de su contemplación, como hasta ahora, o protegerme el corazón cicatrizado ante el riesgo de nuevas estocadas. Porque, mientras viva, la desaparición de Montevideo siempre será una posibilidad.

Lo que pasa es que atisbo desde acá, mis ventanales, y sencillamente me fascina lo que percibo. Lástima que el café ya se llenó de viejas pitucas y turistas, y yo hace horas que les estoy ocupando una mesa. No queda ninguna libre.

Así que pido otro café.



El libro de los pedacitos mágicos agradece a Hefestos Visual por la cantidad de fotos de su autoría que le presta para ilustrar. 

Comentarios

Mauricio Milano dijo…
Amo la rambla de Montevideo. Es, sin dudas, uno de los lugares más lindos que conozco. Y lo que dijiste de "perder el tiempo", no me parece así. A veces bajo a la rambla a caminar y caminar, y no siento que estoy perdiendo el tiempo; más aún, lo estoy aprovechando en una de las cosas más lindas, en una de las actividades que más me gusta. ¿Es realmente perder? No lo creo. Y, por cierto, tengo re-pendiente estrenar la cafetería de Yenny: el spot es increíble!!

Besos
Anónimo dijo…
Uy, no, mi joven amigo, qué va a ser perder el tiempo! Uno *vive* para esos momentos. Lo que pasa es que en la edad madura, el "default" es trabajar, ocuparte de tu casa, hijos, etc, y a uno le hacen sentir que esas pausas contemplativas le están sacando tiempo a lo demás (lo que es cierto, por otra parte).
Lo que algunos nos hemos ingeniado para hacer es tener trabajos muy libres, sin jefes ni horarios ni lugar físico fijo, y, bueno, tipo malabaristas vamos ganándonos el espacio y el derecho de "perder el tiempo".
Vos perdé todo el tiempo que puedas, que el ocio creativo es lo más grande de esta existencia!
Abrazo
Fernanda Trías dijo…
Bien dicho: no hay nada más deseable que lo que uno desea. Yo soy del MPVS (Movimiento Pro Volver al Sur) ;-)

Besos, F
MaGa dijo…
Me gusta el movimiento de Fernanda! adhiero totalmente.
Estos últimos días he tenido una gran nostalgia y como una urgencia de irme...Tanto que he pensado en largar todo a la mierda de una y regresar.
En fin, por ahora me limito a un gran suspiro por la rambla querida.
Anónimo dijo…
Yo soy socia fundadora del MPVS: volví dos veces ya! Así que, chicas, aquí las esperamos algún día. Como dijo un grande: "No te olvides que el camino es p´al que viene y p´al que va".