Electrocardiograma del duelo (9)

Hacía tiempo que no subía a mi altillo. Mucho caos, desorden que sin remedio me termina recordando mi poca solidez interna, la reestructura de una nueva identidad que he tenido que emprender, mi doloroso alejamiento de la escritura (al menos por ahora).

Empiezo a clasificar papeles, bultos, cuadernos. No se puede ni pasar: el piso está cubierto de una fina gramilla de hojas, de una rocosa prominencia de cajas por llenar.

Entonces me doy vuelta y la veo allí colgada. Azul marino, con circulitos mandalas, con persas fantasías verdes, rojas y azules en los extremos. La chalina de E.D.

La había olvidado. Sigue ahí desde que me la regaló. Colgada al lado de mi escritorio, ya fuera en el DF, en Guanajuato, Querétaro o Montevideo de regreso.

"Ay, Darno...", digo para mí misma en voz alta mientras apenas me atrevo a tocarla.

Me había olvidado. A los dos años y medio, el electrocardiograma de mi duelo aún sigue mostrando señales, pero me empiezo a dar cuenta que los ciclos cardíacos que registra son cada vez más distantes, más débiles.

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